Soy un adicto a los gadgets. Lo admito. Desde que tenía seis años, cualquier cacharro que tenga pantalla, botones, o si puede ser ambas cosas, me vuelve loco. A lo largo de mi vida, y en la medida en que mi economía me lo ha permitido, siempre he estado a la última en tecnología y he ido adquiriendo todos los artilugios que me han ido pareciendo indispensables, ese ordenador súper potente, ese reproductor que lo lee todo, ese móvil a la última...
He de reconocer que en los últimos tiempos he estado un poco descuidado, ya se sabe, los niños, el trabajo, las responsabilidades me han hecho ir dejando un poco de lado ésta afición, no por falta de ganas, sino más bien por falta de tiempo y dinero. Pero el que lo lleva en la sangre sigue siendo un friki hasta la muerte, y de vez en cuando sigo dándome un caprichito.
Mi última adquisición ha sido un móvil, concretamente un Samsung Galaxy S del que me enamoré en el mismo momento en que lo vi en manos de un compañero de trabajo. A pesar de mi fijación por los gadgets, nunca he sido muy de móviles, siempre he preferido terminales sencillos y pequeños, pero tengo que decir que estoy encantado con mi primera incursión en el universo Android.
Estoy como un niño con zapatos nuevos, todo el día pendiente de encontrar la aplicación más completa, el widget más bonito. Mi mujer, en cambio, está cabreada. U con razón. Antes usaba el móvil para llamar por teléfono (pocas veces) y para enviar algún que otro SMS (menos). Ahora lo tengo en la mano a todas horas. Es estresante mantener tu estado de Facebook actualizado mientras mantienes tres conversaciones simultáneas con Whatsapp, subes las fotos del último fin de semana a Picasa, haces check-in en Foursquare para que el vecino de arriba no te quite la alcaldía del bar de abajo, y repasas tu correo de Gmail, todo ello sin que se te escapen los últimos tweets de tus colegas y de los famosillos de turno de los que te has hecho follower. Y encima te has bajado catorce juegos chulísimos del Market y todos tus amigos tienen el doble de puntos que tú. Además, necesito cambiar el wallpaper to
He de reconocer que en los últimos tiempos he estado un poco descuidado, ya se sabe, los niños, el trabajo, las responsabilidades me han hecho ir dejando un poco de lado ésta afición, no por falta de ganas, sino más bien por falta de tiempo y dinero. Pero el que lo lleva en la sangre sigue siendo un friki hasta la muerte, y de vez en cuando sigo dándome un caprichito.
Mi última adquisición ha sido un móvil, concretamente un Samsung Galaxy S del que me enamoré en el mismo momento en que lo vi en manos de un compañero de trabajo. A pesar de mi fijación por los gadgets, nunca he sido muy de móviles, siempre he preferido terminales sencillos y pequeños, pero tengo que decir que estoy encantado con mi primera incursión en el universo Android.
Estoy como un niño con zapatos nuevos, todo el día pendiente de encontrar la aplicación más completa, el widget más bonito. Mi mujer, en cambio, está cabreada. U con razón. Antes usaba el móvil para llamar por teléfono (pocas veces) y para enviar algún que otro SMS (menos). Ahora lo tengo en la mano a todas horas. Es estresante mantener tu estado de Facebook actualizado mientras mantienes tres conversaciones simultáneas con Whatsapp, subes las fotos del último fin de semana a Picasa, haces check-in en Foursquare para que el vecino de arriba no te quite la alcaldía del bar de abajo, y repasas tu correo de Gmail, todo ello sin que se te escapen los últimos tweets de tus colegas y de los famosillos de turno de los que te has hecho follower. Y encima te has bajado catorce juegos chulísimos del Market y todos tus amigos tienen el doble de puntos que tú. Además, necesito cambiar el wallpaper to
Comentarios